sábado, 15 de febrero de 2014

Mientras se alejaban en los helicópteros de rescate paradójicamente la mayoría de los sobrevivientes experimentó una sensación de tristeza y nostalgia ante la visión del fuselaje que dejaban, cada vez más pequeño. Aquella cueva de chapas destrozadas había sido su hogar por 72 días. Sabían que al volver a la civilización perderían algo valioso que habían conseguido durante ese lapso, algo así como un estado de sabiduría que sólo la vida humilde y simple de la montaña podía darles. Quedaba la sensación de un proceso de santificación inconcluso, de un aprendizaje aún mayor, un nuevo tipo de conocimiento que no llegó a fraguar del todo, pero sí a vislumbrarse. Aun en las peores condiciones, extraviados y hambrientos, habían podido disfrutar de un tipo de felicidad diferente. Nunca más sus mentes y sus cuerpos serían radares tan sensibles.

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